Nota de Gaetano Chiappini (Florencia, 28 de marzo de 2012)

Foto: Anna Xalabarder

Querido amigo:

He querido, como siempre, leer muchas veces para adueñarme de sus palabras y de sus suspiros, de lo que se coge en los intersticios de las palabras abundantes, ese barroquismo suyo que tal vez le venga de las piedras ricas de Gaudí...
Así me aprendo su habla, leo entre los renglones, abro imágenes... y después..., después creo percibir en sus versos, en su diario abierto y caliente, una especie de movimiento sísmico, ondulatorio y susultorio (ondulatorio hacia la emoción del pasado y su relación con el presente; y susultorio hacia la emoción del presente que siempre se conecta con la del pasado), que hace vibrar de (su) humanidad en sus mínimos sentidos su escritura de pasión y de memoria, con la mirada y el corazón que se fijan en las cosas, la figuras y espacios y los espacios del vivir. Así su escritura recibe la carga de esa pasión que le lleva hacia una poesía total, muy acompañada y surcada de pathos, el pathos del estar en el tiempo. Así como el placer de gozar hasta el fondo ese vivir. Que es su arraigado estar del tiempo y en el tiempo hasta cuando se haga casi un suspiro de carne para que de ella y sus huellas nada se pierda o se gaste en vano. Y también mucho (todo) se pierde. A pesar de su esfuerzo para conseguir por lo menos que se haga poesía la memoria tupida de sentimientos, imágenes, ansias, deseos, rostros y lugares del alma y de la costumbre, esperanzas. Pero, y es su pena secreta y gritada, precisamente se pierde lo que no pudo ser, y que se pierde antes de ser sabido (y gozado) como en el caso de los niños, que dejaron de serlo antes de haberlo sido. Y lo mismo del amor que se reveló no ser amor antes de haber amado, como de la vida, que fue muerte antes de haber vivido. Puede que se apague el sol antes del alba y la noche antes de ser día. Y es la prisa de vivir que se pierde movimiento por movimiento – como dice Foscolo – . Y cada día se acerca más la muerte con su fuerza laboriosa que cansa y apaga, sin prisa pero sin cesar y regularmente, todo fuego. De ahí y de esta pena y alegría le viene a Vd. su afán, esa continua construcción de cosas y de pérdidas, de muertes alejadas y de vidas tomadas de carrera, esperando que no se agote el espíritu así como los ojos abiertos que poseen lo visto, antes que salga la noche.
En este crepúsculo siempre amenazador también me encuentra a mí, uno de sus lectores, desde siempre invadido de atardeceres sin campanas...

Santiago Montobbio

Santiago Montobbio
Foto: Anna Xalabarder

Volvió a escribir

después de 20 años de silencio. Entonces Ernesto Sábato, Miguel Delibes, Juan Carlos Onetti y Camilo José Cela describieron su poesía como honda, misteriosa, envidiable.
Es Santiago Montobbio (Barcelona, 1966) de esa estirpe de poetas que cosechan el misterio en la cotidianeidad, que se transportan con ligereza a ese otro lado donde está la sombra alumbrada y vuelve sembrado de palabras tan sencillas como poderosas, tan sobrenaturales como humanas.
(María García Esperón)