Santiago Montobbio: Hasta el final camina el canto

Foto: Anna Xalabarder

Hasta el final camina el canto es un libro extraño y vivo. Continuación de los dos anteriores volúmenes -La poesía es un fondo de agua marina y Los soles por las noches esparcidos- desde su primera página, nos instala entre las manos la voracidad del tiempo, con más peso, con más hondura todavía que el peso y la hondura de la que veníamos los lectores de aquel mar y aquellos soles. 

Vivo como nosotros, este libro. Como nosotros, también, extraño. Vivo porque es forma del tiempo, si no es que el tiempo mismo, porque al leer esos versos sentimos, comprendemos, experimentamos cómo fluimos. Panta rhei. Y eso nos extraña de nuestra ilusión de permanencia. Qué extraño, todo fluye, nos decimos mientras nos hormiguean en la piel del alma los sentidos que Santiago va desgranando sin detenerse, sin corregir, literatura tan viva que no es literatura sino eso, vida. Vida que se escribe y al tiempo mismo se ilumina. Vida-escritura que nos pone al borde siempre de la revelación, en ese umbral en el que sentimos estar a punto de romper la membrana que nos separa de ¿la vida verdadera?,¿lo secreto, lo oculto? ¿la región del misterio? ¿el mundo de las Ideas? ¿el perdido paraíso? ¿el final? ¿el origen? ¿el no sé qué que queda balbuciendo?

Leer a Santiago es sumergirse en el agua marina y respirar hondamente ahí dentro. Adentro. Es dejarse iluminar por los soles de la noche alquímica porque por cada oscuridad enciende un resplandor. Es caminar por la página en canto convertidos e intentar recoger cada verso para siempre, como espigas de dorados sentidos, como dulce dolor de amor ardiente, irremediable. ¿Son suyos o ya son míos, son nuestros y entrañables, versos como el del poema 468?

¿ADÓNDE LLEGO? ¿ADÓNDE VUELO? 
¿Adónde soy? Adónde, a nada, 
a nadie, al todo hecho astillas 
en que canto y en que me vivo. 
Llego, vuelo y soy. Arribo, alcanzo. 
Hiero. Tiemblo. Y pueblo el mundo 
de adioses y miradas 
y enredaderas que trepan por la nada 
adonde me cifro y llego, en donde 
soy respiro y aliento íntimo 
de una herida última 
en la que la palabra germina. 
Su desierto me nombra y me calcina. 
Por él yo avanzo. Y mientras ando 
o canto me deshago. Así 
te llegan mis huesos, o así 
te los entrego. Un firmamento 
de misterios.

En esta poesía, en sus adentros, la vida, nuestra vida, sigue siendo algo extraño porque es un misterio. Podemos seguir viviendo en el misterio. Y entonces hay o habrá poesía. Aunque como el poeta advierte: "No todo el mundo llega a estas tierras, ni les son posibles, ni les rozan la piel..." No todo el mundo... pero sí el mundo todo es poesía y tiempo en estos libros en los que todo fluye a su final sin dejar de ser origen.

Cuando hay verdad, dijo el antiguo, es que de la eternidad se trata. Sabor de eternidad tiene esta poesía del tiempo. Y precisamente en este tiempo, en el que fuera del poema, en el siglo, parece que todo está perdido se nos revela, a través de un poeta que vive en Barcelona, una nueva y profunda, significativa entonación de lo humano. Hasta el final camina el canto. 

María García Esperón









Santiago Montobbio

Santiago Montobbio
Foto: Anna Xalabarder

Volvió a escribir

después de 20 años de silencio. Entonces Ernesto Sábato, Miguel Delibes, Juan Carlos Onetti y Camilo José Cela describieron su poesía como honda, misteriosa, envidiable.
Es Santiago Montobbio (Barcelona, 1966) de esa estirpe de poetas que cosechan el misterio en la cotidianeidad, que se transportan con ligereza a ese otro lado donde está la sombra alumbrada y vuelve sembrado de palabras tan sencillas como poderosas, tan sobrenaturales como humanas.
(María García Esperón)